La
Noche.
Una
neblina espesa, llena de sentimientos de
preocupación y cierto grado de olvido,
invadía esa noche de martes en la
heroica; la ciudad estaba adornada de
minúsculas estrella que se perdían a lo
lejos en forma de carreteras alfombradas de
rubíes, zafiros y una que otra piedra
opalescente, ya no eran estrellas , ahora se habían transformado en lujosas
joyas que para mí estaban fuera
de alcance, pero la esperanza todavía no estaba perdida, tal vez algún día podría lanzar
mi atarraya desde mi apartamento
en el piso 28 y con eso poder
atrapar esas joyas de destellos
semi incandecentes.
¡Ring!
¡Ring!, sonó armoniosamente mi celular rompiendo la quietud y el silencio
que era
invitado arbitrario de mi habitación en ese momento.
- - ¿Si, buenas noches?-
Contesté.
-
Buenas noches,
perdone que lo llame a estas horas pero
necesito su ayuda- La voz era extraña para mí, pero no era extraña su
intención, estaba triste, era la voz de
una niña, no, niña no, podía tener unos 21 años, pero su timbre era dulce como miel de abeja
sobre una galleta que se encuentra a punto de sucumbir por la
dulzura de esta, era… simplemente hermoso.
- -¿Qué necesita? ¿Qué
pasa?. Pregunté con un tono serio, para
así, no demostrar mí embobes frente al tono de voz de la joven que se
encontraba del otro lado de la línea telefónica.
- -Por favor, no puedo
hablar más, el tiempo en estos momentos para mí es una nube que se lo lleva a una velocidad impresionante,
por favor, venga a la casa Ronaldo de Silva en Getsemaní, rápido por favor,
usted es el único que…
La
llamada se cortó, sentí que me cortaban en aliento al separarme de esa voz que me tenía allá lejos; allá en la
inmensidad del océano. Me preocupó el corte de la llamada ¿Qué pudo haber sido?
Pensé, pero… en este trabajo todo podía pasar.
Salí
del edificio donde vivía, abrí la puerta
de mi automóvil, lo encendí y me dirigí al
lugar donde me había indicado la joven de la voz de miel. Durante mi viaje
hasta Getsemaní, pensé muchas cosas, sobre mí, sobre la chica de la llamada, sobre el porqué la luna había
salido tan hermosa. Las calles de la ciudad
no se encontraban tan invadidas de
neblina como se observaba desde mi
apartamento, la neblina a nivel del suelo, era una tenue cortina de humo
de agua que había fumado una nube adicta a la azúcar del cigarrillo. Llegué a
la casa después de haber serpenteado por un millar de calles, angostas, algunas
iluminadas, otras simplemente eran una puerta oscura que parecía transportar a un callejón de la ciudad de
Londres por allá en los años 1800, cuando comenzó a atacar ese tal Jack el destripador. La casa
de Ronaldo de Silva era sencillamente imponente, su arquitectura era… cómo
describirlo… era… fantástica, el color de las paredes combinado con la luz de
las farolas le daban un toque de película. Toqué la puerta y a la
primera no me abrieron, ni a la segunda,
y… a la tercera como dicen que es la vencida… tampoco lo hicieron, esperé por
un momento y oí el típico sonido que se
desarrolla cuando destrancan un puertón como el que tenía de puerta principal la casa, tras la mancha de sombra que dejo el
puertón apareció la imagen, que hasta ahora, es lo más bello que mis ojos han
visto; blanca, ojos horriblemente
bellos, cabello corto, extremadamente perfecto, traía puesta un vestido de sombras amarillezcas
que se camuflaba con el color de la pared.
- -Siga por favor-
Dijo la deidad que se encontraba en frente mío.
Entré
y seguí morbosamente la silueta que dibujaba el cuerpo de la joven que me había
recibido, era ella, la de llamada; sus curvas eran delicadamente bien
delineadas, parecían una sonrisa, una hermosa
sonrisa de su cuerpo. Tomé asiento en un sofá muy grande, se podría
decir que era una cama, raramente colocada en una sala decorada con un estilo
sesentero de los años 1700, tengo que decirles. Al cabo de unos minutos, largos
y lentos, entró por la puerta de la derecha la misma joven con un bonito
vestido azul que le resaltaban sus lindos labios que parecían ser dibujados
con carboncillo de rosas y oleo de manzana.
- - Lo he llamado por que he escuchado de su trabajo y tengo
que confesarle que tiene muy buenas referencias- La tristeza había desaparecido
completamente de su voz, era ahora una
voz más segura, pero con cierta preocupación- tengo problemas con… visitantes en la
parte desocupada de la casa, y… ya no sé qué hacer- Con esas palabras rompió en un llanto
silencioso que note por mi experiencia pero que una persona común no hubiese
notado, lloraba, estaba preocupada;
estaba sencillamente asustada.
- -Tenga calma, está en buenas manos, no hay visitante que se
quede después de mi visita. ¿Podría llevarme a
esa parte de la casa?.
La
pregunta le sonó como si hubiese sido un gran insulto, en su rostro había rabia, pero en sus ojos… solo había
miedo.
Caminamos
por el pasillo que llevaba a un patio
interior con un par de escalones que bajaban a una plaza, bastante amplia para
una casa a mi parecer, esa parte de la casa era terriblemente elegante, pero
estaba inundada de recuerdos que yo podía percibir solo con el tacto de mis
manos sobre el sólido inestable del
aire.
-Espere
un momento, no tardo.
Subí
las primeras escaleras que vi, cuando
llegué al segundo piso miré a la joven y esa vez me enamoré más; esa vez me
enamoré de su tristeza, de su miedo, de su… no sé qué. Di un par de pasos, sentí inevitablemente una presencia que
conocía a mis espaldas, no me di la vuelta, no era necesario, un visitante no me lograría engañar con sus trucos absurdos. Esa parte de
la casa estaba olvidada, el olvido era
un ente que dominaba el espacio, en cada partícula de
polvo se podía escuchar ese sonido que
evocaba a gritos silenciosos el olvido. Seguí caminando mientras la noche
seguía avanzando, voltee mi vista para ver a la joven mujer que se encontraba
en la plaza, pero … no estaba; me extrañó
el hecho de no verla ahí, tal vez se aburrió o se asustó, pensé; no le
tomé mucha importancia, seguí caminando por el largo pasillo que estaba en mi frente. Mis pasos eran
sigilosos. La impresión de que algo me seguía todavía no se esfumaba, era insistente, pero tampoco le tomé importancia, es más, ni me volteé,
eso es lo querían que hiciera los
visitantes pero yo no caía en esos trucos.
Escuché
un par de ruidos, con ellos me alarmé, los visitantes nunca hacían ruido. Nunca. Busqué el origen de la
onda sonora y este me condujo a otro pasillo, caminé y caminé, lento, con mis
sentidos a la defensiva, de repente
escuché pasos a mis espaldas, eso me
terminó de alarmar, repito, un visitante
nunca hace ruido. Voltee deprisa, y… era ella, me calmé, sin embargo su presencia me desconcertó.
- - ¿Qué hace aquí?
Pregunté con cierta molestia en mi tono.
No
me respondió, simplemente dio unos pasos
hacia adelante en el pasillo antiguo, lleno de polvo de estrellas
que al parecer rayaron ahí, ella se recostó a la pared y
comenzó a golpearse la cabeza contra ésta, los golpes se transformaban en un
rítmico sonoro que me preocupó.
- - ¿Qué le pasa? ¿Qué
tiene? Pregunté esa vez con susto en mi
voz.
- - Nada… ¡Nada!.
Gritó
la mujer cambiando su hermoso rostro por
una maraña de sombras. Sacó de su vestido una navaja color plata, era evidente su elegancia, con detalles perfectos. La navaja
era bellísima, pero no era bello lo que
hiso con ella. La joven alzó la navaja a la altura de su rostro y echó a reír
de forma descontrolada, con esto se
insertó la navaja en el cuello, yo respondí con
un movimiento brusco, quería ayudarla, pero no me fue posible, eran manos lo que tenía en los pies,
me agarraban, me jalaban hacia abajo, no sabía qué hacer, la miraba, desangrándose,
sin yo saber el porqué, sin saber muy
bien que era lo que pasaba, nunca había
tenido un caso así. Nunca. La impotencia que se apoderaba de mi cuerpo era tal que mis ojos irradiaban un
luz oscura llena de ira; la joven se
había convertido en una fuente de agua
roja, de cierto modo su cuerpo se derretía, volteó su mirada hacia mí y…
Desperté tendido en un suelo de madera húmeda, me levanté y miré a mi alrededor en busca de la escena
tétrica que había presenciado, pero no lo
encontré. No lo encontré. Salí de la habitación donde me encontraba, y sin
pensarlo dos veces, es más, sin pensarlo una sola vez, por instinto me dirigí a
las escaleras más cercanas, quería
largarme de ese lugar, pero… Volvía a despertar en la misma habitación
anterior y escuche una melodiosa voz que entraba por la ventada del cuarto. La
voz era un llamado al más allá; era terriblemente hipnotizánte. ¿Ir a ver? Era
una locura, pero qué más podía hacer, salí de la puerta y vi a 6 mujeres
sentadas en 6 máquinas de coser, ninguna cantaba, pero la voz persistía, éstas cosían a ritmo desenfrenado
un gran telar blanco que iba de esa habitación hasta el final del pasillo, qué
final, el final parecía bajar hasta el
mismo inframundo, era como una escalera que a pocos podía ayudar. La habitación
era de un crema calcídico que me evocaba
las nieves que pude observar al sur de argentina. Sus rostro no los veía, su
cabello los tapaba, todas iban vestidas
de negro; iban vestidas de un negro noche; de un negro espacial. No hablé con ellas, no me atrevía a hacerlo, caminé con sigilo y llegué hasta
la puerta, le di vuelta a la manija de color oro brillante y la intenté a abrir, pero me fue imposible, cuando me di la
vuelta, una de las mujeres me observaba, le vi el rostro, su boca estaba cocida
y su ojo también, ella me siguió observando con el profundo azul de su ojo, no me
moví, no sabía qué hacer. De repente sentí un pinchazo en mi brazo parecido
a cuando un cuchillo penetra un trozo de
carne de bistec, bajé la mirada mientras
gritaba a decibles altísimos en mi interior… Volví por segunda vez a
despertar, esta vez con la boca cocida y
un bordado en el brazo que decía: “Francisco”. El dolor era equivalente a caer
de la punta del cielo hasta el suelo azulado caliente del infierno de los
infiernos.
Volví
en sí de un momento a otro; desperté de un momento a otro; todo fue un sueño,
perdón, una pesadilla, me encontraba en
el balcón de mi apartamento, viendo a lo lejos las luces que se perdían en la
penumbra, me encontraba empapado de sudor
o de rocío de niebla, no recuerdo bien, escuché
que me llamaban y fui a abrir la puerta,
era mi hermana Saria, le dije que me esperara un momento que ya salía. Tome una
chaqueta de cuero negro que había comprado en Costa Rica, y… escuche el
celular, me acerqué con cierto miedo y vi el número que estaba ahí. Era el
mismo, el de la joven del sueño, sentí que una ráfaga de sudor bañó mi cuerpo,
más de lo que estaba, mi corazón iba a una velocidad descomunal, estuve tentado
a contestar, pero no, no lo hice.
Actualmente
sigo creyendo que esa fue otra
oportunidad que me dio algo divino, tal vez Dios en complot con otro ente. Lo único que les puedo decir y asegurar, es
que pasé a las dos semanas por esa, la tal casa Ronaldo de Silva y la vi por la
ventana, hermosa como en el sueño, lo único que la hacía ver rara era el cosido
de hilo negro que le cerraba los labios
de modo desordenado. Ahí me di cuenta que no todo lo que se sueña es mentira. Tal
vez, fue mi alma la que hiso ese recorrido. En verdad no sé. Además, todavía,
algunas veces, siento un leve pinchazo en el brazo, muy leve, demasiado leve,
algo parecido a un cariñoso rose de la muerte por parte de esa visitante
conmigo.
A.
Gómez Montes
Armando Javier Gómez Montes